domingo, 6 de junio de 2010

Cuando desperté aquella noche no tenía ni la más mínima noción del tiempo. Estaba tan oscuro, que pensé que sería de madrugada, pero no. Vi el reloj en mi buró y eran a penas las nueve de la noche.
A lo lejos se escuchaban los gritos histéricos de mi hermana, y sin darme mucha prisa, me levanté de la cama, me puse una bata y me calcé los zapatos.
Salí de mi habitación y mientras me dirigía a la planta baja, los gritos se escuchaban cada vez más cerca y en lugar de apresurarme, avanzaba más lentamente conforme la intensidad de estos aumentaba.
Mientras bajaba poco a poco, escalón por escalón, la luz de la vela que llevaba en el candelero iluminaba de manera siniestra la habitación. Entré en la sala y ahí estaba mi hermana, sentada en un rincón, con la cabeza entre las piernas y gritando y de pronto murmurando.
Suspiré profundamente y sin más remedio me acerqué a ella y con cuidado puse una mano sobre su cabeza. Sobresaltada levantó la vista y al verme se tiró a mis brazos, llorando desconsoladamente.
-¡Son ellos! ¡De nuevo vinieron! ¡Me quieren llevar, me quieren llevar con ellos! No los dejes, por favor. No dejes que me lleven...
El terror en sus ojos era genuino. Con calma intenté contener el nudo en la garganta que se me había hecho al ver a mi hermana en ese estado, la ayudé a levantarse y la conduje al sofá más cercano. Me senté a su lado, sujetando su mano con fuerza. Se recargó en mi hombro y comenzó a susurrar de nuevo que vendrían por ella.
Hacía más de 10 años que habíamos perdido a mi hermana. Sufría de un extraño padecimiento que le había arrebatado la razón sin motivo alguno.

Mi hermana tenía solo 16 años cuando sucedió. Por las tardes acostumbraba visitar a nuestra tía abuela, una mujer ya de edad avanzada, a quien mi hermana gustaba de visitar para alegrar el día. Nuestra tía no vivía a mas de tres calles de nuestro hogar, así que no era de extrañarse que mi hermana llegara a casa cerca del anochecer, acompañada por algún criado de nuestra tía abuela, sin embargo, aquel día no llegó a casa. Mis padres estaban sumamente preocupados. Por ninguna parte aparecía Ann. Nuestra tía había dicho que salió de su casa a la misma hora de siempre; preguntamos a todo mundo si no la habían visto, pero nadie sabía nada al respecto. Pasaron más de diez meses antes de que supiéramos algo de ella.
Fue en una tarde de invierno que recibimos una carta. Una señora en un pueblo vecino nos informaba que había encontrado un par de días atrás a una joven de entre dieciséis y veinte años vagando sola por las calles. Lucia desaliñada, con un avanzado estado de desnutrición. No hablaba, parecía estar muy perturbada. La señora que la encontró pertenecía a una casa de asistencia para personas de escasos recursos, un alma piados, así que muy amablemente le dio cobijo a Ann cuando lo necesitó, aunque por más que lo intentaba, ella no decía ni una sola palabra, pero milagrosamente de la nada había logrado articular palabra y dio uso datos difusos sobre quien era su familia. Después de un par de días de investigar, dieron con nuestro paradero y así fue que decidieron localizarnos. Así fue como dimos con ella.

Luego de unos meses de exhaustivos exámenes médicos, mi hermana fue dada de alta y con la ayuda de todos, logró recuperar su vida y volvió en sí. Aun así, la felicidad duró muy poco en la familia…
Un día en que mi hermana regresó de una visita a la iglesia, simplemente llegó diciendo que jamás la encontrarían, decía que no dejáramos que la atraparan. Decía que alguien, o algo, la perseguía y no descansaría hasta llevársela. Ese día mi hermana se desconectó por completo del mundo. Jamás volvió a estar lucida.

Nunca supimos que fue de mi hermana en el tiempo en que desapareció, lo único seguro era que alguien se la había llevado en aquella ocasión en que desapareció después de visitar a nuestra tía, y sea lo que fuera que le habían hecho, la había dejado profundamente marcada. Lo único que podíamos hace era cuidarla y prepararnos para poder hacerlo bien. No hace falta decir que nuestra familia quedó socialmente marcada y relegada. En el pueblo se habían creado diversos rumores, entre ellos, que mi hermana era víctima de abuso en nuestra casa y por eso había quedado así, o la más popular en ese entonces: que mi hermana había sido castigada por Dios, y estaba poseída por el demonio.
* * *

Mi tragedia personal comenzó seis meses después de la recaída de mi hermana.
Mis padres, cansados de vivir la rutina desgastante de cuidarla, decidieron irse a descansar a nuestra casa de campo un fin de semana. Yo acepté quedarme sola con mi hermana para cuidarla. La verdad yo la quería mucho, aun y con su enfermedad, y ciertamente mis padres no la habían dejado ni un segundo desde que había recaído, así que con un beso en la mejilla de cada uno y mi bendición, les dije que se fueran sin preocupaciones. Nunca volví a verlos después de eso.
Mis padres fallecieron en un accidente al volver de su pequeño viaje al campo. Entonces quedamos solo mi hermana y yo. Ella era mayor que yo por casi cuatro años, y sin embargo me vi en la necesidad de hacerme cargo totalmente de ella. Un par de semanas después de accidente decidí que lo mejor para mi hermana era mudarnos fuera de la ciudad. Las constantes burlas de la gente, aunado al reciente fallecimiento de nuestra tía, la única pariente viva y cercana que teníamos como apoyo, había fallecido lamentablemente debido a su avanzada edad y al parecer, por la tristeza de perder a mis padres. No obstante, la principal causa que me llevó a decidir marcharnos fue que, al parecer, la muerte de nuestros padres de alguna forma había afectado a mi hermana, la cual estaba cada vez más inquieta, así que decidí partir cuanto antes a la casa de campo.
Y ahí estábamos ahora, años después de la tragedia, completamente aisladas del mundo. Ella solo me tenía a mí y yo solo la tenía a ella.

Una vez mi hermana se hubo calmado, se quedó profundamente dormida. Con cuidado la recosté en el sofá y me levanté. Me dirigí al jardín, hurgué en el bolsillo de mi bata y saqué un poco de tabaco. Lo coloqué cuidadosamente en mi pipa y lo encendí. El tabaco me tranquilizaba mucho, era mi manera de mantener la calma en este tipo de situaciones. Me quedé mirando el cielo nocturno. Me gustaba mucho ver las estrellas en silencio. Cada vez que Ann se dormía, era para mí como estar en el paraíso. No más ruido, no más tristeza. No más historias sobre persecuciones absurdas. Solo quedábamos el mundo y yo. Hacía tanto tiempo que salía al mundo exterior…
A veces imaginaba escenarios diversos en donde había un hombre que me amaba, en donde yo me había casado y tenía una verdadera familia…
Siempre que fantaseaba, los gritos de mi hermana se encargaban de regresarme a la curda realidad.
Yo quería mi libertad, ansiaba hacer mi vida a parte y disfrutar del tiempo que me quedaba, pero con Ann en ese estado sería imposible. Yo amaba a mi hermana, era lo único que tenia. No podía perdonarme estar pensando esto.

- Tengo hambre-dijo en un susurro casi imperceptible al oído.
Eran más de las once de la noche cuando Ann despertó y caí en la cuenta de que no habíamos cenado. Ella se había quedado profundamente dormida durante la tarde y yo aproveché para hacer lo mismo. Me di cuenta de que yo también tenía mucha hambre.
-¿Qué quieres que te prepare?-pregunté de manera dulzona. A Ann no se le podía hablar fuerte, de lo contrario, se ponía agresiva.
-Quiero pasta. Pasta con albóndigas. Y postre de limón. Me encanta el postre de limón, ¿sabías eso?
Cada noche, desde hacía años, Ann pedía lo mismo de cenar. Uno nunca podía negarse a ello.
Comencé a preparar la cena mientras ella se entretenía jugando con unos libros que había sobre la mesita de la sala. Se veía tranquila, radiante. Mi hermana era hermosa, y era esa tal vez una de las cosas que más le llegue a envidiar mientras estuvo conmigo.
Cenamos en silencio, y mi hermana se puso muy feliz cuando vio que no solo había hecho el pay de limón que tanto le gustaba, sino que también había hecho pastel de fresas. Se veía en verdad feliz.
-¿Es mi cumpleaños?-preguntó mientras se acercaba el pequeño pastel y lo observaba con curiosidad.
-No, pero si es un día muy especial.
-¿Entonces tu cumples años, verdad?
-No, lo he hecho especialmente para ti.
-¿Es para….ellos?-preguntó con miedo profundo en su semblante.
Conocía esa mirada, esa mirada llena de locura, iba a suceder en cualquier momento.
Ann se levantó de la mesa y de un solo golpe arrojo el pastel lejos y comenzó a arrojarme cosas para evitar que me acercara a ella.
-¡Son ellos! ¡Son ellos! Vienen por mí, quieren llevarme con ellos de nuevo. Y tú los has dejado. ¡Los has dejado entrar! ¡Suéltame!

Hacia años que había dejado de tener consideraciones con mi hermana. Me abalancé contra ella y la sujete de los brazos lo más fuerte que pude. Me escupió en la cara e intentó patearme para que la dejara ir, pero no lo consiguió. Rápidamente y antes de que ella pudiera intentar algo mas, la arrojé al suelo y la puse boca abajo. La sometí sentándome sobre ella y sujetando sus brazos para que no se moviera. Entre todo esto, ella gritaba cada vez más y más fuerte, como si la estuviera asesinado.
Pasados unos minutos, Ann comenzó a llorar y con esto, comenzó a calmarse. No dejaba de susurrar que vendrían por ella, y que yo la había traicionado.
Cuando por fin dejó de sollozar, la puse en pie, le di un abrazo y la conduje hasta su habitación, la cual jamás usaba.
Ann se negaba a estar en su habitación. Desde que nos mudamos, solo le gustaba estar en la sala. Pero esta vez no se negó y subió las escaleras junto conmigo muy despacio. Al llegar a su habitación la desvestí, la metí en la bañera y empecé a asearla.
Mientras lo hacía, me convencía cada vez mas de que era momento de hacer algo. Yo ya no podía seguir así, no podía soportarlo más. Si esto continuaba, terminaría volviéndome loca yo también. ¿Y quién se haría cargo de Ann entonces? ¿Quién la cuidaría como ella debía ser cuidada? No, esto tenía que acabar ya.

La sequé, la peiné. Le puse su ropa de cama y la acompañe a su lecho. Era muy extraño. No estaba poniendo ningún tipo de resistencia a ello. Por lo general, Ann siempre se alteraba cuando la llevaba a su habitación, pero no esta vez.
Se dejo llevar sutilmente y ahí se dejo caer. Le di las buenas noches y me dispuse a retirarme, pero con una voz tierna y lejana me pidió que me quedase.
-No te vayas, Clarisse. Tengo miedo. Si me dejas sola, ellos me llevaran. Siempre regresan cuando tú te vas…
Estaba harta de los comentarios sobre "ellos". Tenía que lavarme yo también y además, limpiar la sala y el comedor. Y la cocina también. Pero ella quería que me quedara y pensándolo bien, creí que era mejor así.
Me quedé a su lado en la cama. Poco a poco comenzó a ganarle el cansancio y en su último momento antes de partir al mundo de los sueños, en su mirada antes de cerrar los ojos, vi algo más que locura. Había sentimientos, ternura. Sus palabras habían hecho que mi corazón diera un vuelco y pensé seriamente en lo que iba a hacer. No podía echarme para atrás, no por un simple momento de sentimentalismo.
Le sonreí con todo el amor que pude ser capaz de demostrar, besé su mejilla y su frente y la recosté en mi regazo, mientras la arrullaba para que durmiera placida y profundamente.
Unos minutos más tarde, ella dormía como un niño recién nacido, dulce y cálido. Me dirigí a mi habitación a empacar un par de cosas. Dinero, un cambio de ropa. Una pequeña pintura de mis padres y una una de mi hermana y yo cuando éramos niñas. Eso era todo lo que necesitaba para mi nueva vida.
Con cuidado de no hace ruido, volví a la recamara de Ann. Se veía muy linda, tranquila, durmiendo y soñando posiblemente con pesadillas que solo ella era capaz de comprender.
Tomé un almohadón que estaba en un pequeño sofá a lado de la cama y con delicadeza me acerqué a su rostro. Di un largo suspiro antes de hacerlo y con el mi ser entero se llenó de valor.
No pude evitar llorar mientras lo hacía. Habían sido años eternos en que mi dolor y sufrimiento tenían que ser ignorados, todo por el bienestar de alguien que simplemente ya no estaba aquí. Mi hermana era un muerto en vida, ¿Qué más daba ahora?
Comencé a asfixiarla. Presioné con fuerza la almohada en su rostro y un par de segundos después comenzó a luchar en balde.
Mientras le arrancaba la vida a mi hermana, pasaron frente a mí tantos momentos. Todas las noches en casa de nuestros padres en que ellos tuvieron que dormir encerrados bajo llave en su habitación, por miedo a que en la noche mi hermana en un arranque de locura los asesinara mientras dormían. Recordé aquellas veces en que al llegar de la escuela, encontraba a mi madre llorando porque mi hermana la había golpeado en sus arranques de histeria y locura. Y sobre todo lloré al recordar el día en que mis padres habían muerto y con ello, murieron mi esperanzas de tener una vida normal
Yo amaba a mi hermana, pero no estaba ya dispuesta a sacrificar mi vida por la de ella.
Todo pasó muy rápido. Mi hermana dejó de respirar. No me atreví a mirar su rostro ahora que estaba muerta. Simplemente me di la vuelta y me fui. Llevaba en brazos el arma homicida. La deje tirada en el pasillo que daba a las escaleras, tomé la pequeña maleta que había hecho y salí de la casa.
Había preparado todo hacia días. La mataría mientras dormía y después, quemaría todo. Las cenizas se llevarían todo su dolor y parte del mío.
Al salir de la casa, le prendí fuego. En cuestión de minutos, todo ardía. Y entonces me invadió el terror absoluto. Escuche gritos. Horribles gritos de dolor que provenían del interior de la casa. ¡Mi hermana estaba viva! No podía ser posible. En medio de mi exaltación, intenté entrar en la casa, sin tener éxito. El remordimiento, el dolor por el que ella debía estar pasando. ¿Cómo pude ser capaz de hacerle eso?
Me desmayé cerca de la entrada de la pequeña casa de campo y no supe mas de mi hasta que unas personas me encontraron y llevaron a un hospital en el pueblo cercana.
Nadie me conocía, así que nadie preguntó ninguna de las cosas que yo me imaginé. Ni siquiera sabían que yo vivía en esa casa con alguien más.
La casa se había consumido por completo, todo, absolutamente todo había quedado reducido a cenizas. Los guardabosques se percataron del siniestro y de inmediato acudieron para dar auxilio al lugar. Sufrí quemaduras por todo el cuerpo, pero nada que me importara demasiado. Esas cicatrices serian por varios años el recordatorio vivo de lo que había hecho.

Aquella fue mi última cena de pasta y pay de limón. Jamás desde aquella vez la he vuelto a probar, pues con solo oler cualquiera de los dos platillos, se me revuelve el estomago. Y aunque a una parte de mi le cuesta mucho admitirlo, es mucho más agradable el sabor de mi libertad.
Descanse en paz el alma de mi dulce hermana Ann. Que en gloria este y el señor me perdone por lo que hice.

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